Parte XVII

Desayunamos en el buffet del hotel, aunque yo me encontraba sin apetito alguno, a diferencia de mi hermana, que había hecho una selección de todo lo que había: zumo, fruta, cereales, yogurt, café, huevos, bacon, croissant... Se me revolvía el estómago nada más de verlo. Ella quería obligarme a coger algo más que un vaso de leche, ya que la noche anterior tampoco había probado bocado del sándwich que ella había traído. Pero tenía la garganta taponada, incluso la leche me sabía agria, mientras que Bree se la tomaba como si nada. Supuse que era cosa mía. Entonces se quedó callada, observándome mientras jugueteaba con la cucharilla del café, y automáticamente me puse a la defensiva. Era uno de esos silencios suyos previos a una pregunta incómoda para ambas.

Finalmente me preguntó qué me había pasado anoche. No sabía muy bien si se refería al llanto repentino nada más entrar en la habitación, o al hecho de haberme pasado la noche en vela. Al ver que yo no respondía, me hizo saber que ella también se había despertado en mitad de la noche, que se levantó a beber agua y al verme sentada, me había preguntado si tenía pesadillas. Yo no lo recordaba para nada. Ella me explicó que parecía estar en estado de shock o sonámbula porque no le respondí y tenía la mirada fija en ningún lugar. Yo seguí intentando acordarme en vano. Y sin darle mayor importancia, Bree tomó un sorbo de su café y a continuación comentó lo aguado que estaba. Me quedé observándola con el ceño fruncido. Sin más dilaciones, le pregunté por qué íbamos a esa extraña ciudad de la que no había oído hablar en mi vida. Ella, pensativa, tomó otro largo sorbo de la taza antes de responder. Yo también la había pillado desprevenida.

Retomamos la carretera nada más terminar de desayunar y de que Bree, con cara pícara, metiera en su bolso algunos croissant que había cogido de más. “Para el camino”, se excusaba mientras salíamos del hotel vigilando que nadie nos perseguía reclamándolos. Ahora yo iba al volante. No me gustaba pero tampoco me disgustaba. Sin embargo mi hermana parecía disfrutar en su puesto de copiloto, con las piernas encima de la guantera, el asiento reclinado, y las gafas de sol, con una medio sonrisa en su rostro a la vez que mechones de cabello se lo cubrían a causa del aire que entraba por su ventanilla. La miré de reojo, preguntándome cuántas veces habría hecho este mismo trayecto ella, en uno de sus viajes, junto a Alan, o junto a Chris. Sentí un pinchazo debajo del pecho al mismo tiempo que recordaba su nombre en mi mente. Pensé en todas las ocasiones que Bree y él habrían estado viajado juntos, compartiendo cosas que yo jamás tendría la oportunidad de compartir con él. Pestañeé varias veces para apartar ese pensamiento, tenía que concentrarme en la carretera, tan sólo en la carretera. No me importaba morirme, pero no quería matar a mi hermana, por muy celosa que estuviera de ella.

Estuvo un buen rato en esa posición, en absoluto silencio, exceptuando las veces que en la radio sonaba una canción que conocía. Entonces la tarareaba con un débil murmullo, sabía que cantaba porque movía los labios, pero parecía que lo hiciera para sí misma, evitando al máximo que yo la escuchara. De vez en cuando cambiaba de emisora cuando el dial se perdía, lo cual ocurría bastante a menudo desde que habíamos salido del hotel. Finalmente terminó por poner un disco compacto que sacó de su bolso.

El sol fue cayendo, hicimos unas dos paradas más para repostar antes de parar a comer. Yo me moría por un refresco bien cargado de hielo. Parecía que habíamos conducido por mitad del desierto, no volví a ver un árbol desde poco antes del hotel, y el sol caía con mayor fuerza conforme avanzábamos. Al bajar del coche noté cómo ardía la carrocería, y me preguntaba si el viejo Ford de mi hermana aguantaría el resto del trayecto.

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