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Mostrando entradas de agosto, 2015

Cállate - Inacabado

-           Cállate, no empieces. Es muy temprano. -           ¿Serás perezosa? Eres una vaga que no mueve un dedo por nada ni por nadie. Aunque mejor así, porque cuando haces algo, siempre acabas jodiéndolo. -           Pero no es mi intención. -           La única intención es meterte donde no te llaman. Como cuando se pelearon Bree y mamá, ¿recuerdas? ¿Recuerdas que se fue después de que intentaras reconciliarlas? Aunque es lo mejor. Cuanto más lejos de ti, mejor. Hasta lo más sencillo lo jodes. Hizo bien en irse, en alejarse de ti. -           Cállate… -           Para una persona que se preocupa por ti y has hecho no sólo que se vaya de casa, sino de la ciudad. Se ha cansado de luchar tus batallas, porque eres vaga hasta para eso, que otros tienen que preocuparse por tus problemas y solucionarlos por ti. -           ¡ Cállate! -           ¡Ah! La verdad duele, ¿no es así? ¿Y qué me harás? ¿Qué harás ahora? ¿Encerrarte como siempre en tu habitación? ¿Llorar

Amor es sólo una palabra

Amor, love, amour, amore... Distintos idiomas para definir algo que no se puede definir. Algo que no existe. El amor es sólo eso que definimos porque aspiramos a alcanzarlo algún día. Si miramos alrededor, la pareja perfecta es la que más problemas tiene. Luego están los que tienen problemas y se encargan de que el resto nos demos por enterados. Si prestamos atención, sólo existen mentiras. Envidias, celos, cuernos, un sinfín de palabras que sabemos que existen, que sólo pasamos por alto cuando no nos pasa a nosotros, somos así de egoístas. Pero todo se reduce a eso: mentiras. Sentimientos que nos callamos, secretos nunca revelados. Nos mordemos la lengua, miramos hacia otro lado, nos encendemos un pitillo y en lugar de palabras sólo expulsamos humo que las hace evaporarse. O eso creemos. Porque las palabras son residuales, siempre queda algo ahí, en algún lugar recóndito. Puedes ser la persona menos rencorosa pero cuando menos te lo esperes, ahí está, eso que nunca dijiste, eso que n

De camino

Se colocó los cascos conectados a la música del móvil, entró al vagón de metro, buscó un asiento desocupado y lo encontró junto a aquella mujer de tez amarillenta. Las arrugas habían conquistado su rostro, que ni a pesar del tenso moño canoso conseguiría jamás volver a ser como la piel de un melocotón. Cuando se sentó, de reojo vio su vestimenta, un vestido negro muy recatado, con apenas unos pequeños volantes en los puños. "Parece sacada de La Casa De Bernarda Alba", pensó. De su bolso extrajo el libro electrónico y fue absorbida por la lectura mientras las estaciones iban pasando. Al llegar a Tribunal, alguien le dio unos toquecitos en el hombro. Bajó sus cascos al cuello volviéndose hacia el que interrumpía, un extranjero fornido de unos cuarenta años, de pelo blanco y semblante severo, que apretaba los labios y la miraba impaciente esperando algo. Ella le preguntó con la mirada qué necesitaba. Él, con acento no supo si ruso o alemán, le pidió permiso para sentarse. Se le

El paquete reversionado - final 2

John observaba a la muchacha a distancia. La lluvia caía como siempre hacia abajo, fina y constante, sin principio perceptible ni fin a corto plazo. Era una lluvia débil, nada que ver con aquellos diluvios amazónicos donde todo es frescor. Esta lluvia era la de aquí, igual de gris que la Torre que se veía desde la gran cristalera de la cafetería, y desde aquella barra también gris que no había manera de limpiar. Siempre grasienta, siempre resbaladiza. Como los adoquines de la calle cuando John terminó su turno, obligado a patinar sobre ellos hasta la parada del autobús en el otro lado del puente. Andaba lento pero seguro, las superficies de los ladrillos parecían piedras de río entre las que corría el agua, piedras negras, redondas y lisas con espacio suficiente para hacerse un esguince de tobillo, o peor. John se caló su gorro y subió la cremallera de la gabardina al máximo, cubriendo la boca. El agua entre los adoquines era como la lluvia, parecía desplazarse muy lenta, cuesta abajo

El Paquete reversionado - final 1

John observaba a la muchacha a distancia. La lluvia caía como siempre hacia abajo, fina y constante, sin principio perceptible ni fin a corto plazo. Era una lluvia débil, nada que ver con aquellos diluvios amazónicos donde todo es frescor. Esta lluvia era la de aquí, igual de gris que la Torre que se veía desde la gran cristalera de la cafetería, y desde aquella barra también gris que no había manera de limpiar. Siempre grasienta, siempre resbaladiza. Como los adoquines de la calle cuando John terminó su turno, obligado a patinar sobre ellos hasta la parada del autobús en el otro lado del puente. Andaba lento pero seguro, las superficies de los ladrillos parecían piedras de río entre las que corría el agua, piedras negras, redondas y lisas con espacio suficiente para hacerse un esguince de tobillo, o peor. John se caló su gorro y subió la cremallera de la gabardina al máximo, cubriendo la boca. El agua entre los adoquines era como la lluvia, parecía desplazarse muy lenta, cuesta abajo

Raymond Queneau

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Raymond Queneau "(El Havre, Francia, 1903 - París, 1976) Escritor y matemático francés. Hijo único de familia católica, su vocación literaria, que inquietaba a sus padres, fue precoz y constante. Escribió gran cantidad de poemas, muchos de los cuales rompió, y desde su juventud manifestó una avidez de lectura que no cesó nunca."  Raymond Queneau. Biografías y Vidas "El título que más eco y ventas ha tenido en España es 'Ejercicios de estilo', de 1949, que publicó Cátedra en 1987 en una excelente traducción y traslación de Antonio Fernández Ferrer. La idea de este libro se le ocurrió a Queneau tras escuchar El arte de la fuga de Bach, una técnica musical que quiso trasladar a la literatura. Su propósito es, por lo tanto, construir una obra a partir de las variaciones sobre un tema nimio. El escritor se sirve de una anécdota mínima (alguien va a la parada y toma el autobús) para recrear ese suceso de 99 maneras distintas, contarlo a la manera de, en unos

Sheryl (Inacabado)

…cuando ocurrió aquel accidente Ha pasado mucho tiempo pero es un recuerdo que revivo como si fuera hace cinco minutos. El sol de última hora de la tarde entraba por las ventanas de clase, parecía iluminar más que los fluorescentes que colgaban del techo. El sopor del calor y de la voz mecánica y monótona de la Sra. Giggles creaba un ambiente cargado en el aula, acentuado por ser además la última clase de la semana: matemáticas avanzadas, donde tenía a mi profesora favorita y su presencia tan motivadora para estudiar matemáticas. ¿Por qué no me metí a letras? Nunca entendí qué me llevó a escoger ciencias. Mis compañeros y yo estábamos sentados cada uno en su pupitre, con hombros caídos, cabezas gachas o bien sostenidas por nuestras manos. De vez en cuando alguno miraba la pizarra, pero volvía a dirigir la mirada a su libro. Yo me removía en el asiento, aquellas sillas de conglomerado, tiesas y planas incomodaban a los cinco minutos de sentarse. Intentaba mantener los párpados

Microrrelatos Instagram II

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El nuevo Quijote quemó todos sus libros tras la primera derrota contra los molinos de viento. Estaban a tal altura que no podía combatir contra ellos. Julieta, cansada de esperar a su Romeo, se descolgó de su balcón y se fue con el primer Paris que sí la quería. No importa cuántos años pasaran, aquel era su rincón incluso después de separarse. No importaron los amantes que llegaron después, nunca llegaron a conocer ese lugar. No importaron las palabras cuando quince años después sus bandejas pugnaron al azar por ocupar aquel rincón.  Quoi que se soit, oú que se soit ni comment, n'a pas d'importance. Y la luz se reflejaba en cada rincón de su solitaria alma cuando le veía sonreír El cielo se resquebrajó sobre nosotros cuando nuestros sueños volaron demasiado alto. Los bombardeos cesaron cuando se percataron de que no había más a quien abatir en aquella ausencia de gritos. Y volvió a aquel lugar

Sin puntos

El niño echó a correr fuera de la habitación cuando su hermano pequeño y rechoncho comenzó a llorar detrás de los barrotes de madera de la cuna, montando tal escándalo que su madre acudió a toda prisa pensando que el bebé, que apenas tenía dos meses, se había caído de la cuna, o quizá se había golpeado contra los barrotes, o a lo mejor era una simple pesadilla, pero cuando fue por el pasillo y vio a su otro hijo corriendo en dirección contraria ya sabía que de nuevo le había estado molestando, por lo que disminuyó la velocidad, calmó al bebé y buscó el chupete que encontró enganchado entre el colchón y el somier, como si el llanto hubiera interrumpido la travesura mientras escondía el objeto de silicona, y con un propósito tan obvio la madre salió del cuarto dispuesta a reprender al niño cuando sonó el timbre al cual su marido fue a responder aún sabiendo que era su hija mayor, la que siempre se olvidaba las llaves en cualquier lugar, y nunca las llevaba encima cuando las necesitaba,