Parte XII y XIII

Y continúo con el relato....


Antes de lo esperado me dieron el alta, sin darme la oportunidad de despedirme de aquel suplicio de enfermera a la que al final le había cogido cierto afecto. Mis padres querían venir a recogerme, pero Bree insistió en ocuparse ella de mí. “Ya lo hablamos y estabais de acuerdo”, dijo a mis padres en voz baja mientras yo me cambiaba de ropa en el aseo de la habitación. ¿Hablar? ¿De qué habían hablado? ¿Y qué tenía que ver lo que habían hablado con el simple hecho de quién tuviera que llevarme a casa? Había algo que yo no sabía, y si estaba relacionado conmigo, yo tendría que ser la primera en saberlo, ¿no? Así que con los vaqueros por debajo del camisón salí del aseo y lo pregunté sin más dilaciones. Bree miró a mis padres, mis padres miraron a Bree y yo en medio, con los brazos cruzados esperando una respuesta.

Mis padres se miraron entre sí dubitativos, y luego miraron a Bree quien les observaba del mismo modo que yo, esperando que dijeran algo. Yo empecé a preocuparme. Comprobando que ellos no iban a decir nada, Bree resopló y me miró. Me dijo que no íbamos a casa. Se me puso el pelo de punta. ¿No serían capaces de internarme en un psiquiátrico? Reconocía mi problema, sabía lo grave de la situación, pero ingresarme en un manicomio no creía que me ayudara mucho. Esperé impaciente a que Bree terminara de hablar. Tras una pausa de unos segundos que a mí me parecieron eternos, Bree añadió que nos marchábamos las dos, ella y yo, fuera de la ciudad una temporada. ¿Las dos? ¿Adónde? ¿Y mis padres? ¿Estaban de acuerdo en eso? Hubo algo que no terminaba de encajar. Entonces un deja-vu que me pinchó como una espina en la columna. De nuevo me estaban ocultando algo que me afectaba. ¿Acaso era un complot para mantenerme entre algodones el resto de mi vida? Pues menuda manera de hacerlo, pensé para mis adentros en ese momento, por culpa de engañarme y ocultarme asuntos que me atañían, casi tengo una vida más corta de lo normal. Sin vacilar, pregunté qué pasaba, y exigí que me contaran la verdad.

El plan alternativo a mi ingreso en un hospital mental era alejarme de mi hábitat natural para hacerme recapacitar de que no estaba bien el camino que había escogido y que debía de borrar cuanto antes aquellos pensamientos negativos que no me ayudaban en absoluto. Mientras me soltaba un sermón sobre cómo me ayudaría un cambio de aires yo intentaba imaginarme en qué momento de la vida oculta de Bree, ésta se habría sacado el título de Psicología.

Antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba sacando la maleta de debajo de mi cama echando un último vistazo al que había sido mi hogar durante más de la mitad de mi vida. Metí toda la ropa que pude en mi maleta, sin saber muy bien qué debía llevarme pues no sabía a dónde nos íbamos, pero no me quedaba otra alternativa, con el clima tan constante en mi ciudad, toda mi ropa era de entretiempo. Bree vino al ver que me retrasaba, y cuando comprendió mi dilema, con total despreocupación indicó que ya compraríamos ropa una vez instaladas allí. La miré con duda, ¿dónde pensaba llevarme? ¿Necesitaría ropa de más abrigo? ¿O, por el contrario, iba a acalorarme con la ropa que ya tenía? Lo más lejos que yo había ido era al norte, donde hacía más frío y peor clima que en mi ciudad, donde siempre el cielo estaba encapotado, a veces salía el sol, y a veces los días pasaban llenos de lluvia. Todo lo que conocía era aquello, me inquietaba el hecho de pensar que tendría que acostumbrarme a un nuevo lugar.

Mientras cogía a pulso la pesada maleta me asaltó otra pregunta: ¿qué haría allí? Aquí tenía mis amigos, mi casa, mi familia, mi trabajo... No me había dado tiempo a despedirme de mis amigos, aunque ellos tampoco había demostrado mucho interés cuando supieron de mi ingreso en el hospital. Durante mi estancia allí apenas había recibido una breve y fría llamada de mi jefa preguntándome cuándo me reincorporaba a mi puesto como friegaplatos y camarera ocasional en aquel bar de mala muerte. Apreté los labios con fuerza al percatarme de que en los únicos con los que podía contar era mi familia, los únicos a quienes importaba. Como si Bree estuviera leyéndome la mente, comentó sin darle más importancia que había presentado mi carta de despido en el restaurante en mi lugar. Me cambió la maleta por mi bandolera, que enseguida pasé por encima de mi cabeza. Mis padres me esperaban junto a la puerta del comedor. Mi madre me abrazó efusivamente mientras me ordenaba que la llamara sin falta al llegar allí. Quería preguntarle si ella sabía dónde íbamos, pero antes de que pudiera abrir la boca, mi padre me cogió del brazo y tiró de mí para darme otro abrazo por encima de mis hombros. “Cuidad la una de la otra, ¿de acuerdo?”, se despidió con aspecto severo en su cara. Yo asentí con la cabeza.

Bree les dijo que no montaran una escena pues estaría de vuelta antes de que me echaran en falta. Mi madre se acercó a ella y la besó en una mejilla mientras ella ponía cara de fastidio. Mi padre se reía disimuladamente, y yo con él. Miré a mis padres por última vez con nostalgia, y seguí a Bree. Ella guardó mi maleta en el maletero mientras yo ocupaba el asiento del copiloto. Ella se sentó al lado y sonriendo dijo que no pensara que ella iba a conducir todo el camino. En tono irónico le pregunté cómo iba a conducir yo si no sabía hacia dónde íbamos. Ella pronunció un nombre que no había oído en mi vida, por lo que lo olvidé enseguida. No hice más preguntas, y ella era una persona de pocas palabras cuando iba al volante, prestando toda su atención a la carretera. Encendí el reproductor de mp3 y le pregunté si le molestaba. Ella se encogió de hombros mientras miraba por el retrovisor.

Suspiré. Rogué que aquel viaje no fuera demasiado largo, aunque con eso de que antes o después conduciría yo, se sobrentendía que el trayecto nos iba a llevar unas cuantas horas. Así que intenté buscar una posición cómoda sin desabrochar el cinturón, apoyé la cabeza en la ventanilla, e intenté relajarme con la música, sin pensar en que aquellos eran los últimos minutos en mi ciudad hasta saber cuándo. A través del cristal los coches y los edificios pasaban a cierta velocidad. Algunos de aquellos lugares me traían muchos recuerdos, algunos buenos, otros más duros, pero ahora los sentía todos con cierto toque agridulce, eran parte de mi vida, y aunque siempre había detestado mi ciudad y la había considerado demasiado normal y previsible, era mi ciudad, mis recuerdos, mi hogar. Pensé en la posibilidad de negarme en rotundo a marcharme, en exigirle a Bree que parara el coche, pero no lo hice, en parte porque había algo que me decía que debía seguir a Bree en lo que me dijera, que debía de seguir confiando en ella con los ojos cerrados como hasta entonces. Nunca me había decepcionado, así que hice caso a mi instinto, y al mismo tiempo que me despedía de mi ciudad gris, sentía una gran pesadez en mis párpados mientras aquella vieja canción de los noventa iba perdiendo volumen progresivamente.

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