Parte IV

Tras dos días para serenarme, no se me va de la cabeza lo que "descubrí" el domingo pasado. ¿Cómo te sentirías si el primer perro al que llamar "mío", un perro "cobardica" pero alegre y activo, se hubiera escapado como cada noche tras alguna perra, pero aquella vez no hubiera vuelto? ¿Qué pensarías si quien lo cuidaba te aseguraba que lo había acogido otra familia para criar cachorros? ¿Qué harías si 10 años después descubres que no tuvo un final tan feliz, si no que murió por un malnacido que le golpeó la cabeza una y otra vez, simplemente porque había seguido a su perra, y que luego además este ASESINO tuvo la sangre fría de decírselo a quien lo cuidaba?


Creo que eso explica mi humor de estos últimos días. Como me dijo el Mago Oskuro: "los crímenes prescriben para la Ley, no para el corazón".












¿De dónde sacaba Bree unos amigos tan guapos? La verdad es que todo lo que la rodeaba era un halo de misterio. Hablaba de todo, y sobre todo conmigo, pero nunca profundizaba cuando el tema de conversación se basaba en su vida fuera de aquella casa. Cuando volvía de algún viaje, era raro que en las fotos apareciese alguien. Alan salía de soslayo en algunas, como por casualidad. Y ella nos relataba con todo lujo de detalles todo lo que había visitado en tal o cual país, o de lo que le había pasado de camino, pero no solía hablar de la gente que la acompañaba, como si estuviera prohibido contar sus historias bajo copyright o algo así. Pero en la familia nadie decía nada, más bien, era normal en ella, siempre había sido así y ya está. Por eso lo sorprendente fue cuando Bree, mi hermana mayor, un día mientras estábamos comiendo, preguntó a mis padres si habría algún inconveniente en que tres amigos suyos pasaran una semana en nuestra casa. Tras un primer momento de desconcierto general del que Bree no se percató, o al menos no pareció importarle, mis padres aceptaron.



Las cosas hubieran sido muy distintas de no haber aceptado. Posiblemente no me encontraría allí, al borde del precipicio, con tanto dolor dentro de mí que no podía continuar en pie. Me senté y apreté las rodillas fuertemente contra mí, apoyando mi cabeza en ellas. No podía dejar de llorar, cada imagen suya en mi mente me hería en lo más profundo. No le volvería a ver nunca más, no volvería a ver esa preciosa sonrisa nunca más. Por un momento intenté imaginar el futuro si decidía no saltar. Pero no podía, no me salía. Entre sollozos mantuve la respiración con dificultad, miré al horizonte y me incorporé de nuevo. De pronto me percaté de que estaba lloviendo a cántaros, y ya no sabía si tenía la cara empapada por la lluvia o por las lágrimas. Y no lo pensé más. Salté.

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