Sin puntos

El niño echó a correr fuera de la habitación cuando su hermano pequeño y rechoncho comenzó a llorar detrás de los barrotes de madera de la cuna, montando tal escándalo que su madre acudió a toda prisa pensando que el bebé, que apenas tenía dos meses, se había caído de la cuna, o quizá se había golpeado contra los barrotes, o a lo mejor era una simple pesadilla, pero cuando fue por el pasillo y vio a su otro hijo corriendo en dirección contraria ya sabía que de nuevo le había estado molestando, por lo que disminuyó la velocidad, calmó al bebé y buscó el chupete que encontró enganchado entre el colchón y el somier, como si el llanto hubiera interrumpido la travesura mientras escondía el objeto de silicona, y con un propósito tan obvio la madre salió del cuarto dispuesta a reprender al niño cuando sonó el timbre al cual su marido fue a responder aún sabiendo que era su hija mayor, la que siempre se olvidaba las llaves en cualquier lugar, y nunca las llevaba encima cuando las necesitaba, tal y como había pasado esa tarde, interrumpiendo la sesión de sudokus que hacía el padre, costumbre adquirida a lo largo de su vida, entretenimiento que le ayudaba a relajarse, y por tanto que le rompieran esa burbuja de calma tan suya le ponía de muy mal genio, enfado que fue en incremento cuando al dirigirse a la puerta pisó los ladrillos Lego ante los ojos en blanco de la madre, ya que esa misma mañana había estado amenazando a su hijo con tirarlos a la basura si no los recogía, y qué mañana había sido, uno de esos días en que todo sale del revés, desde el bebé descubriendo la diversión de hacer una catapulta con la cuchara y el desayuno, su hermano mayor desnudo con los calzoncillos sobre un ojo diciendo ser el pirata de los siete mares mientras saltaba de un sofá a otro, y su hija como pollo sin cabeza porque no encontraba esa camiseta roja que era la única que combinaba con su falda vaquera, como si no sirvieran las otras quinientas camisetas que tenía, pero no, tenía que escoger siempre la que no estaba limpia, así que la madre se había pasado la mañana gritando de un lado a otro, convenciendo a una, regañando al otro, limpiando al tercero, y por supuesto todo con mucha rapidez, se hacía tarde, otra vez, era raro el día que ella llegaba puntual a la oficina, tiempo que luego recuperaba, pero no sólo eso, sino que aquel día su jefa, una joven pero no menos bruja que sobre sus tacones imposibles lo mismo te gritaba un día que al otro estaba encantadora, y aquella mañana debía de estar con el síndrome premenstrual porque estaba más bruja de lo habitual, como nunca antes había visto desde que sustituyó la jubilación del anterior jefe, y no importaba cómo había llegado hasta ahí, para eso ya estaban las cotillas inventando historietas con las que hacerle dura competencia al Sr. Grey y su sumisa, eso sí, en esas historias siempre ella era la domina, no podía ser de otra manera con esa manera de controlar a todo el mundo y criticarlo todo, aunque como nunca se había portado tan mal como aquel día, no debían de ser las hormonas, seguro que en realidad estaba mal follada, y tenía todo el aspecto de ser eso, pues últimamente sus faldas eras más cortas y sus camisas más desabrochadas, y no hacía tanto calor, tan sólo era principios de mayo, y recordó al ver a su marido, quejándose de dolor dado que su pie había sido marcado por los ladrillos de plástico, era su cumpleaños en breve, tendría que pensar en algún regalo, y maldijo lo complicado que es regalar a los hombres, mientras el suyo maldecía sustituyendo cada palabra mal sonante por nombres de hortalizas, como si por ello los niños no lo entendieran, se dirigió a la puerta y su hija entró sin apenas mirar a nadie, ni siquiera saludó, se metió directa a su habitación dando un portazo que enervó aún más a la madre, quien la siguió e irrumpió en su habitación para descubrir que su hija lloraba desconsoladamente, lo que hizo que el cabreo pasara a ser preocupación, y comenzó el interrogatorio, quería saber qué mal le había ocurrido, pero la joven sólo sollozaba, y la madre cada vez se ponía en lo peor: el novio la había dejado, o la había dejado preñada, no sabía cuál de las dos opciones era peor, y la madre de nuevo preocupada, sacando sólo llanto como respuesta a sus múltiples preguntas, hasta que por fin cuando sólo fue un hipo constante, la hija se limitó a señalar una mancha blanca sobre su falda favorita, y la madre desesperada no sabía si darle un bofetón por el susto o abrazarla y reírse, y es que al parecer la clase de química no había ido muy bien y algún tipo de compuesto había salpicado y desteñido la falda, de ahí el disgusto tan injustificadamente enorme que tenía la cría, que ante la promesa de una nueva, su cara mejoraba, pero aquel momento tierno por supuesto no podía durar mucho, el marido llamaba a gritos para castigar al niño por no recoger sus juguetes, y el niño no aparecía, pero ella ya sabía dónde encontrarlo, así que se dirigió directamente al armario de las escobas y sólo con una mirada el niño agachó la cabeza y se fue a su habitación, sacó la libreta de copias de un cajón de su escritorio y continuó otras cien veces copiando “ordenaré mis juguetes cuando termine de jugar”, ante la complacida mirada de la madre, y la atónita del padre, al que la madre dio unos golpecitos en el hombro a modo de consuelo sabiendo que él nunca lo comprendería, y sin dar más explicaciones, marcó el número de Telepizza, el día lo merecía, no le daba la gana cocinar.

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