Línea 149
No sé qué me llamó la atención de ti, quizás en un primer momento el darme cuenta de que coincidíamos en nuestra rutina buseril en direcciones opuestas. De lunes a viernes a la misma hora en el mismo autobús, tú para ir a trabajar, yo para volver a casa.
Curiosa imaginación que rellena los vacíos de información. Eras profesor porque llevabas chaqueta con coderas y numerosos libros de 6º, y esas gafas de pasta que sólo usabas para leer. Y eras además profesor nativo, porque eras demasiado rubio y pálido para ser español, porque ningún profesor español que yo conociera llevaba media melena, y porque aunque no te había oído hablar nunca, si leías alguna novela siempre era en inglés.
Y los modales. Te sentabas siempre en la ventana, en la marcha contraria al autobús porque como cabía esperar, había menos posibilidades de que alguien se sentara a tu lado. Pero cuando lo hacían, yo notaba tu mueca de disconformidad. Y tú, con una sonrisa falsa, apartabas tus libros para que pudieran sentarse, y te recogías y apretujabas contra el cristal intentando ni rozar a tu acompañante. Como sólo un inglés lo hace en el metro.
Los viajes en bus te aburrían, conforme entrabas te faltaba tiempo para sentarte y ponerte a leer o corregir los últimos ejercicios, y más de una vez casi te pasaste la parada por querer terminarlo a tiempo. Casi nunca mirabas por la ventana, ni siquiera cuando sucedía algo que llamara la atención de todo el mundo, como los accidentes de tráfico. Pero te inquietabas cuando había atasco, supongo que irías con el tiempo justo. Entonces te removías en tu asiento, mirabas por la ventana y no te concentrabas en tu lectura.
Bajabas en la parada del Colegio, cuatro antes que la mía. No recuerdo el nombre del colegio, pero reafirmaba mi idea de profesor, aunque nunca te había visto entrar. Te apeabas del autobús y cruzabas la calle por detrás del autocar, con lo cual te perdía de mi ángulo de visión.
Y de la noche a la mañana desapareciste, ya no volví a coincidir contigo en el autocar. Al principio pensé que era porque te habían cambiado el horario, luego caí en la cuenta de que era verano, época de vacaciones. Te esperé en septiembre, pero no apareciste. Me resigné pensando que habrías vuelto a tu país.
Curiosa manera de funcionar tiene la memoria. De esto hace ya un par de años y aún pienso en ti cuando miro el asiento que solías ocupar. No hablamos nunca (jamás oí tu voz), nunca nos llegamos a intercambiar ni siquiera una mirada, nunca tuve mayor interés en ti que inventar quién eras y qué hacías en aquel bus. Y aún así, te recuerdo, y de vez en cuando me pregunto por dónde andarás. Fíjate qué cosas.
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