Parte XIX
Llevo más de un año sin continuar posteando el relato. Empecé a escribirlo hace... 7 años ya. Y a fecha de hoy no sé si lo acabaré algún día. No recuerdo ya ni cómo surgió la primera idea, supongo que se me ocurriría tras alguna película o escuchar alguna canción. Era la época en que descubrí a Budapest, así que seguramente fue aquello. De todas maneras, y dado que entre cada capítulo pueden pasar muchos días, los he unificado todos bajo la etiqueta "Inacabado" para que sea más fácil la continuidad. Es difícil terminar un relato cuando ves que se alarga, y se alarga, y ves definido el desenlace pero el nudo resulta más complejo de lo que esperabas. Anyway, ahí va otro capítulo/parte/fragmento/lo que sea. Como siempre, correcciones, opiniones, consejos, etc. siempre son muy bien recibidos :)
Cuando empecé a salir con Chris, sabía muy bien qué arriesgaba. Si las cosas entre los dos salían mal, yo acabaría perdiendo a Alan. No se trataría de algo como si Alan fuese el hijo de unos padres que se divorcian; Alan desde siempre había sido de Chris por decirlo así, y por supuesto que si nuestra relación terminaba, yo también perdería a Alan. Era comprensible. Y me arriesgué, porque sentía algo tan inmenso por Chris que pensé que jamás terminaría. No caí en la cuenta que a veces, contra la voluntad de los humanos, suceden cosas imprevisibles e inevitables.
Sin darme cuenta durante el trayecto en coche me sumergí en un sueño profundo, mezclado con un pasado evocador, brillante, luminoso, idílico. Estaba en casa, en el sofá que se habían comprado mis padres al casarse, 23 años atrás, un sofá antiguo, raído, roto, y tan inexplicablemente cómodo para mí. Me encantaba ese sofá. En el sueño yo apagaba la tele y me giraba para hablar con Alan, sentado en el sillón de mi derecha, y con Bree, sentada enfrente mía. Entonces la puerta principal de la casa se abría con un halo de luz y aparecía Chris, apenado, con la mirada apagada. Sabía a qué se debía esa tristeza antes de que él pudiera pronunciar palabra: Monique se había marchado. Sentí una punzada de culpa cuando Chris lo dijo a través de su voz. Me sentía culpable por haber provocado aquello, aquel dolor que tanto hería a Chris y que le quitaba la chispa que tanto le caracterizaba.
Una vez se hubo sentado entre Alan y yo, Alan y Bree le intentaba animar con sus bromas pero a mí no se me ocurría ninguna palabra de consuelo. El simple hecho de tenerle tan cerca me dejaba la mente en blanco y no podía razonar con claridad, tan sólo podía mirar esa expresión triste en su rostro, que le hacía aún más atractivo si cabe, con las cejas caídas, los cabellos rozándole la mandíbula tan pronunciada, y los ojos mirando hacia ningún sitio. Tan sólo quería poder abrazarle y ofrecerle todo lo que yo tenía si eso le ayudaba en algo. Inesperadamente giró levemente su rostro hacia mí.
En esas situaciones yo apartaba la mirada de inmediato antes de que pudiera descubrir mi sonrojo, pero estaba tan engatusada con su proximidad que me fue imposible. No podía dejar de mirarle, buscando en vano una manera de paliar su desánimo. Sonrió. Bajé la mirada simulando quitar algo de mis deportivas para ocultar mi rubor y rezando por que nadie más en aquella habitación se hubiera percatado de mi descarado descuido.
Él volvió a hablar con Alan, no lo veía pero lo oía. Ya no me miraba, pero no me atrevía a levantar la mirada. Y entonces su mano rozó la mía. Me quedé helada. ¿Se había dado cuenta? ¿Había sido involuntario? ¿O lo hacía en señal de que no tenía por qué ruborizarme? La imaginación vuela, y en mi caso, voló como un kazaa. Mi garganta se secó, la sentía áspera y tirante, así que me levanté de un salto, con tanta prisa que tuve que volver a sentarme para recuperar el equilibrio. Alan soltó un suspiro que supe que ocultaba una risita, mientras Bree hablaba con Chris sin el menor indicio de ver mi mareo.
De nuevo me levanté pero esta vez más serena, aunque por dentro me temblaba todo. Me dirigí a la cocina, y de pronto observé por la ventana que ya era noche cerrada. Estuve allí unos minutos, con el vaso enfrente mía, mirándolo pero sin verlo, apoyada en la encimera intentando no pensar demasiado y no darle más vueltas al asunto. Pero su sonrisa, mirándome a los ojos, me hacía temblar de pies a cabeza. Cogí el vaso con las dos manos por miedo a que se cayera, y fui tomando breves sorbos de agua.
De pronto su mano apareció de la oscuridad de la cocina para quitarme el vaso con extrema delicadeza y depositarlo de nuevo en la encimera. Mi corazón dio tal sobresalto que casi me causó un colapso. Y entonces sentí sus brazos rodeándome por encima de los míos, a la altura de la cintura, y su mentón apoyado en mi hombro izquierdo, descansando su cabeza sobre la mía. Y dejé de temblar al instante, como si le hubiera dado al botón que desactivara mi sistema nervioso. Nos quedamos abrazados un buen rato, hasta que sentí sus labios helados sobre mi sien.
Abrí los ojos. La noche continuaba, pero el sueño no, y él ya no estaba allí. Sin embargo, no podía explicar cómo, aún tenía el helor de su boca en mi frente. Me palpé la zona mientras me incorporaba y empezaba a recordar dónde estaba. Miré soñolienta a Bree, quien me lanzó una breve mirada divertida, insinuando si me había sentado bien la siesta. Seguía notando la garganta seca, así que busqué un botellín de agua que había visto en el bolso de mi hermana. Bebí un gran trago casi vaciando la botella en cuestión de segundos. Noté el nudo en la garganta al percatarme de que todo había sido un sueño, un recuerdo de varios momentos que pasé con él, poco después de que Monique desapareciera de nuestras vidas sin dejar más señas.
Era tan duro el golpe con la realidad que terminé lo que quedaba de agua con otro trago. Si rompía a llorar ahí mismo, Bree se llevaría un susto de muerte, y no quería causar un accidente de tráfico. Mis padres se llevarían otro susto, culparían a Bree por no prestar atención al volante, seguramente ella se iría lejos para no tener que enfrentarse a ellos, y yo me quedaría sola con mis padres quienes, incapaces para calmar mi angustia, terminarían por encerrarme en un psiquiátrico, pensando siempre en mi bien, donde antes o después encontraría la manera de acabar con todo de nuevo, si no físicamente, al menos dentro de mi mente. La opción del manicomio era lo último que podría escoger, antes preferiría que me sacaran los ojos. Sin anestesia. Me pregunté de dónde había sacado esa fobia a los hospitales de cualquier clase.
Y entonces me di cuenta de que el dolor había desaparecido. Me había olvidado por completo del sueño, por lo que estuve despejada y tranquila el resto del camino. Quizá todo lo que necesitaba era mantener la mente ocupada en otras nimiedades.
Comentarios
He modificado lo que has dicho, lo del avión es lo que me sonaba de haber oído esa frase en varias ocasiones. Pero he puesto el 777, que por lo que he visto empezó a utilizarse en el 95 (más actual).