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Primera parte
Esperar las maletas, hacer fila para mostrar el pasaporte, coger un taxi al hotel de siempre. Desde que Giacomo aceptó ese ascenso ésa era su rutina, iba y venía, siempre a caballo entre Roma y Londres. Por suerte la empresa lo pagaba todo, y el sueldo era bastante bueno. Ya conocía tan bien Londres que el viaje significaba nada, como quien coge un automóvil para ir al puesto de trabajo cada día. Llegó al hotel y en la habitación deshizo la maleta: caros trajes que necesitarían un planchado, un neceser con lo indispensable y unos zapatos relucientes. Y por supuesto, papeles y más papeles de proyectos, tareas, guiones para los briefings, algunas ideas que habían surgido en el vuelo...
Solía llevar una pequeña libreta, no confiaba en la tecnología de secretarias electrónicas y demás modernidades. Su agenda clásica de hojas amarillentas no le fallaba, nunca se había quedado sin batería ni requería de complicadas actualizaciones de hardware y software que luego ocupaban más espacio que lo realmente importante. Sacó de su maletín la agenda y la abrió por el día señalado. Al día siguiente tenía una reunión previa a la presentación de un nuevo producto, con lo cual iba a estar ocupado todo el día. Era un trabajo sacrificado pero en el fondo le agradaba, y además se le daba bien. Puso la alarma en el despertador del teléfono y tras una fresca ducha, se durmió.
Al día siguiente desayunó a primerísima hora en el hotel mientras repasaba las direcciones donde tendrían lugar las citas. Eran oficinas desconocidas para él pero en un plano observó lo cercanas que ambas estaban de la línea Central de metro. Disponía de una Oyster pues confiaba más en la puntualidad y velocidad del subterráneo que en el tráfico londinense y sus taxistas dicharacheros que no le dejaban prepararse las reuniones. Así que una vez hubo desayunado, se aseó y cogió el metro en dirección a St. Paul's, al este de Londres, archiconocida parada por la catedral del mismo nombre. No tuvo mayor problema en dar con el edificio de oficinas donde le aguardaban compañeros y superiores. La reunión fue según lo planeado y el producto se presentaría esa misma tarde en un cóctel en la misma tienda donde un tiempo después se vendería.
De vuelta al metro, atestado de gente a esas horas, iba dando los últimos toques a su guión para su tarea de colaborador de la firma, cuando el vagón paró en la estación de Notting Hill donde tras unos minutos de espera, fue anunciado por los altavoces que debido a un fallo eléctrico, la salida se demoraría. Giacomo resopló con disgusto y al comprobar que empezaba a hacérsele tarde para comer, decidió apearse del tren y almorzar en Portobello, conocía un pequeño bistro donde servían muy buenos platos, o al menos así los recordaba de su primer viaje.
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