Silencio
El paso del tiempo, como la fuerza de un río sobre las piedras, erosionaba cada día los sueños y anhelos de Amanda, un futuro que notaba más lejos conforme pasaban los días. Hacía siete años, David le había hecho una pregunta, una petición de mano, sin anillo pero con toda la sinceridad y el amor de los primeros años. Una promesa que ella había esperado por mucho tiempo. Él no recordaba dicha petición, la había olvidado, alegó cuando ella sacó el tema. La verdad era que los dos se habían acomodado a la vida que llevaban, el trabajo les quitaba tiempo de estar juntos, y en las pocas horas que tenían para ellos, horas que antes pasaban veloces acurrucados en el sofá, ahora eran malgastadas ensimismándose con sus respectivas aficiones, lo único que los diferenciaba cuando se conocieron. Antes cada uno mostraba interés por compartirlas. Ahora convivían sin más, cada uno en un extremo de la casa, como dos seres extraños. Las caricias, los besos y demás muestras de afecto desaparecieron con el transcurso de las semanas. Las conversaciones y el hacer planes para salir juntos habían cesado hacía unos meses. Ella se volvía a sentir tan sola como antes de conocerle, en cierto modo se alegraba de no haber cedido al deseo de David de ser padre. Por su parte, él se percataba de que algo no iba bien, pero si hacía caso omiso a su intuición, el problema desaparecería, o quizás se estaba preocupando demasiado como ella solía decirle. Las otras veces que habían pasado por una crisis lo hablaron, terminándose por arreglar. Pero ahora era distinto, ella no podía perdonar, y él no quería ver que se estaban distanciando. El silencio era ya lo único que compartían. Un silencio incómodo y desalentador tan sólo interrumpido por el sonido de la televisión con el de los cubiertos a la hora de la cena. Aquel mortal silencio fue lo último que compartieron.
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