Segunda Atmósfera (comienzo)
En una casa
situada en la Segunda Atmósfera un padre acostaba a su hijo de seis años, no
sin antes continuar relatándole el cuento que el padre había escrito:
- Y así los
zombies volvieron a sus tumbas. Fin.
-
Papá, ¿qué es una tumba? ¿Es como Marte? – Preguntó el niño con el ceño
fruncido por no entender el final de la historia.
En el rostro
del hombre se dibujó una sonrisa, una sonrisa anciana que nada tenía que ver
con su aspecto. Bajo la promesa de explicárselo al día siguiente, acarició la
cabeza del pequeño, le dio un beso en la frente y le arropó subiendo la
cremallera del saco nórdico. Se acercó a la ventana enrejada para bajar las
persianas, pero se quedó unos minutos observando el paisaje desde la altura.
Tanto enfrente
como a ambos lados de su casa estaban situados diversos hogares, todos iguales,
habían sido diseñados del mismo modo, pero cada uno era del color que había
escogido el propietario. Había casas marrones, casas bicolores, incluso una
casa blanca con puertas y ventanas en azul. En un nivel inferior a ellos, podía
distinguir otra hilera de igual disposición, y aún más abajo, se intuían a
través de la neblina las luces parpadeantes y rojas de los rascacielos, grandes
edificios a los que era imposible ver la base. La Atmósfera Uno no era muy
transitada, a saber qué se podría encontrar uno ahí. Pero él sabía que no era
para tanto.
Bajó las
persianas y al girarse se sobresaltó al ver a su marido apoyado en la puerta
del cuarto. Estaba con los brazos cruzados y su mirada era de reproche. No le
gustaba que le contara esas antiguas leyendas a su hijo.
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