Plan de exterminio - versión 1.2
Para un trabajo de clase se me ha ocurrido darle una vuelta a este relato Logabe's Blog: Plan de exterminio: que escribí hace un par de años. Aquí la nueva "versión", mejorada o no, eso depende del punto de vista.
Plan de exterminio
Plan de exterminio
Germán
vuelve a casa derrotado del trabajo, con la cabeza llena de quejas y de órdenes,
a punto de estallar. Deja el maletín en el sillón orejero y alza la voz
saludando a quien le espera como cada día, la única persona que le hace sentir
bien, la que puede apaciguar las voces en su cabeza: María.
Cierra
la puerta y echa la llave. A través del gran ventanal que decora la pared norte
del salón ve tan sólo la oscuridad de la noche. Las cortinas no están echadas.
"Estará regando las plantas", piensa para sus adentros. Se acerca a
la cristalera, intentando habituar la vista a la negrura exterior. Comienza a
distinguir los tiestos de barro cuando algo le sobresalta, una sombra que pasa
veloz de un extremo a otro de la terraza. Busca el interruptor de la luz, que
enciende al mismo tiempo que un gato negro se abalanza contra el cristal.
Retrocede un paso, el cristal amortigua el ataque, y cuando el gato se
recompone, salta al balcón de al lado. "Puto gato de los cojones",
gruñe con mal genio. Lo que le faltaba para acabar el día, el maldito gato del
vecino que no tiene mejor cosa que hacer que escarbar en las macetas. Atraviesa
el salón para entrar a la cocina y coger algo con que limpiar. "La próxima
vez se come el palo de la escoba", murmura mientras vuelve para recoger el
estropicio que ha armado en el balcón.
Le oigo bramar. Maldice a un gato. Si él supiera que el gato
huye de mí, que sólo le está avisando de mi presencia... Pobre animal. El hombre,
la peor peste de todos los tiempos. Cada hecho, cada acción así lo demuestra. Debe
llegar a su fin. Pero paciencia, todo a su tiempo. De momento empezamos por
algo pequeño, algo insignificante, un hombre cualquiera no pondrá en alerta a
nadie de lo que depara el futuro, el nuevo futuro donde nunca existió.
Aún así, es extraño cómo funciona el cerebro humano, la
complejidad que lo caracteriza. Este desgraciado aún no echa en falta algo,
algo que supone ser algo tan importante para él. Pobre tonto...
Germán
termina de recoger la tierra esparcida por las baldosas de la terraza y vuelve
a la cocina. De pronto, cae en la cuenta. No recuerda haber oído respuesta de
María cuando entró. La llama por su nombre y asoma la cabeza por el pasillo,
esperando. Nada, sólo silencio. Se dirige al baño. Vacío. El dormitorio, el
despacho y el comedor también están vacíos. "¿Dónde estará?", se
pregunta. Vuelve al salón, marca su número de teléfono móvil. Espera hasta que
los tonos terminan. Cuelga y vuelve a llamar. Empieza a preocuparse, ella no
suele ignorar el móvil. De nuevo los mismos tonos que martillean su
impaciencia. Cuelga. Piensa que lo mismo ha ido a casa de su madre. Pero ¿no le
ha dejado ninguna nota? Algo inquieto, va al office y enciende el ordenador,
tiene mucho trabajo que hacer antes de mañana.
Mientras
el ordenador arranca retorna a la cocina y coge de la nevera un tentempié para
saciar el hambre. María suele esperar la llegada de Germán para decidir la
cena, la preparan juntos, y luego se sientan a ver la televisión hasta quedar
adormecidos en el sofá. La rutina de cada día. A veces es una vida algo
aburrida, pero a Germán le gusta tal y como es, y a ella parece que tampoco le
desagrada pues nunca se ha quejado.
El
ordenador por fin se enciende y muestra el escritorio donde miles de iconos
ocultan su foto de viaje de novios en Punta Cana, hace unos cuantos años. Abre el
Excel a tiempo para recordar que el pen drive lo ha olvidado en el salón,
dentro del maletín.
Vuelve
junto al sillón, levanta el abrigo y el maletín no está. En vano lo busca por
todo el salón, y en la cocina. Le sudan las manos al pensar en todo lo que hay
en ese maletín, toda la documentación privada de la empresa, datos de clientes,
la agenda con las próximas citas... Motivo de despido clarísimo. Se le acelera
el corazón. Tantea la posibilidad de haberlo llevado al office cuando encendió
el ordenador. Lo registra todo cada vez más histérico. Busca por toda la casa.
- Joder, joder, ¡joder! ¡Mierda,
¿dónde cojones lo he puesto?!
Lo oigo corretear por toda la casa, gruñendo y maldiciendo.
Intento aguantar la risa desde mi escondite con el maletín a mis pies. No hay
nada malo en jugar con la comida antes de comérsela, ¿no? Bueno, creo que va
siendo hora de librarle de sus preocupaciones, de tanto trabajo, tantas
responsabilidades de las que se queja y son ellos mismos quienes se las
imponen. No he visto ser más tonto en toda mi existencia.
Germán
sigue buscando por debajo de los muebles, entre los cojines, en los bolsillos
del abrigo... Nada. Y su memoria le juega malas pasadas ignorando el simple
gesto de recoger el maletín del suelo al llegar a la parada de metro. ¿O se lo
está imaginando? Por el rabillo del ojo le parece ver algo brillar, y se gira
pensando que es el reflejo de una ventana.
Cuando
se percata del cuchillo abalanzándose sobre su pecho, intenta esquivarlo,
empuja a su agresor, y se defiendo con los puños que pronto empiezan a escocer
y sangrar. El filo del cuchillo tan sólo es una rápida estela brillante
manchada de rojo oscuro. Forcejean pero con su pierna el atacante hace una
llave que provoca la caída de Germán. Está sobre él, con todo su peso, y una
rodilla le oprime el pecho. Le cuesta respirar pero sigue luchando. Con ambas
manos Germán le sujeta el puño que sostiene el cuchillo, a escasos centímetros
de la cara.
Pero
no cuenta con su otra mano. Asesta una puñalada en el costado, y un dolor
punzante le recorre la espalda. De forma macabra lo enseña y lo arrastra por la
cara de Germán. Horrorizado contempla que no es un puñal, es su propia mano,
una garra metálica a modo de prótesis con forma cónica como una tuneladora. Y
entonces Germán mira sus ojos, ojos redondos, puntos resplandecientes, como
LEDs, sin iris ni párpados. Y su piel, oculta bajo una capucha, parece brillante,
como si fuese de metal. "¡¿Qué es esto?!", es el último pensamiento
que recorre su mente cuando la prótesis cónica atraviesa su cráneo.
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