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Primera parte Esperar las maletas, hacer fila para mostrar el pasaporte, coger un taxi al hotel de siempre. Desde que Giacomo aceptó ese ascenso ésa era su rutina, iba y venía, siempre a caballo entre Roma y Londres. Por suerte la empresa lo pagaba todo, y el sueldo era bastante bueno. Ya conocía tan bien Londres que el viaje significaba nada, como quien coge un automóvil para ir al puesto de trabajo cada día. Llegó al hotel y en la habitación deshizo la maleta: caros trajes que necesitarían un planchado, un neceser con lo indispensable y unos zapatos relucientes. Y por supuesto, papeles y más papeles de proyectos, tareas, guiones para los briefings, algunas ideas que habían surgido en el vuelo... Solía llevar una pequeña libreta, no confiaba en la tecnología de secretarias electrónicas y demás modernidades. Su agenda clásica de hojas amarillentas no le fallaba, nunca se había quedado sin batería ni requería de complicadas actualizaciones de hardware y software que luego ocup