Embarazo
Llevo muchos meses posponiendo esta entrada. Las razones son
múltiples pero en el fondo sabía que tenía que escribirlo. Necesito hacerlo.
Aunque sea tocar una herida que aún no se ha cerrado, aunque sea una opinión
impopular lo que voy a compartir. Estar embarazada NO es tan bonito como dicen.
Y es mi opinión, como cada cosa escrita en este blog. Es un
tema personal, subjetivo, que el resto podréis estar de acuerdo o no, pero no
me vale los “tú qué dices, estás loca”. Si tú has tenido embarazos ideales, me
alegro por ti. Si no has tenido ninguno pero piensas que son lo más maravilloso
del mundo, respeto tu opinión. Pero respeta también la mía. Yo no deseo a nadie
un embarazo como el mío.
Por un lado, los famosos efectos del embarazo tales como
vómitos, náuseas, ardores (reflujo), mareos… Los tuve todos. Algunos en mayor
medida que otros, como los ardores. Es genial despertarse a las tres de la
mañana porque la garganta te arde a fuego vivo. Una quemazón que ni la leche,
ni el agua ni nada te calma. Sólo quieres arrancarte la garganta. En cuanto a
vómitos, en ese sentido tuve suerte comparando con otras amigas. Yo siempre he
sido muy difícil en cuanto a vomitar, no me sale, como no me sale tragarme
pastillas enteras. No puedo y no hay manera. Así que por las mañanas mi rutina
era levantarme porque la garganta me ardía y al poco empezaban las arcadas…
Despertares maravillosos. Eso sin contar el insomnio que tuve, que llegaban las
tres de la mañana y los ojos abiertos de par en par, y vueltas en la cama hasta
el amanecer. Pero para eso no hay medicación.
A todos esos síntomas se le añadieron dos nuevos:
hipotiroidismo y anemia, aunque ésta fue ya casi al final del embarazo. Es
decir, acabé tomando medicación para el hierro, para el tiroides, para las
náuseas, para el ardor y por supuesto lo que venía ya de serie, el ácido fólico
que recomiendan para antes, durante y después del embarazo.
En mi vida he tomado tanta medicación, en parte porque soy
un desastre para una rutina de “a tal hora esta pastilla, esta otra a la hora
tal…”, y porque no me gusta, además del problema que antes he comentado, no
puedo tragar pastillas. Y no todos los medicamentos tienen versión soluble.
Pero todo esto se queda en un segundo plano cuando ves que de las cuatro o
cinco cajas que tienes que comprar, sólo una está cubierta por la Seguridad
Social. No exagero, hice la cuenta: 120€ al mes se me iba en medicación para
combatir los síntomas del embarazo. Porque una caja además no te cubre un mes
entero, te cubre 15 días. Con lo cual, tenía que comprar dos de cada al mes.
Así que cuando escucho sobre lo bonito que es estar embarazada, lo siento si
pongo cara de asco.
Porque otra de las cosas que me han dicho mucho es lo de que
voy a echar de menos estar embarazada. ¿What? ¿En serio? Era la primera vez que
estaba embarazada, me surgió la duda de cómo iba a pasar de estar deseando “librarme”
del embarazo a estar en el otro extremo de añorarlo. Ahora, casi mes y medio después de haber dado a luz, puedo decir a ciencia cierta que no lo echo de
menos. Pero no es de locos que este tema venga relacionado por el tipo de embarazo
que he tenido, y no sólo por la medicación.
Porque si algo he echado de menos durante todo el embarazo
fue la ilusión. La ilusión que se podía hasta masticar en aquella segunda
ecografía tras Navidades. Una ilusión y una felicidad que no había sentido
nunca. No sabría cómo explicarlo. De hecho, me quedé sin palabras y casi me
olvidé de respirar. Es una sensación que me he guardado y es un recuerdo que,
aunque duela por lo breve que fue, no quiero que se me olvide jamás. Porque es
la esperanza de que algo bueno puede pasar.
¿Y por qué en la primera ecografía no hubo ese sentimiento?
Porque no se veía nada. El saco donde crecería el feto se había formado, pero
no había nada dentro, no se veía embrión por ningún lado. Te dicen eso, y
empiezas a leer sobre embarazos donde no termina de cuajar, sacos vacíos, etc.
Sólo podíamos esperar a la siguiente visita con el temor de que no fuera bien
la cosa. Así que después de Navidad volvimos, y por suerte ya había algo más.
Antes de casarnos habíamos hablado mucho sobre tener
hijos, y los dos estábamos de acuerdo en que sería ideal tener un embarazo
múltiple. Tienes dos bebés, pero sólo pasas un embarazo y un parto, pensamiento
simple, ¿no? Por supuesto éramos conscientes de que aquello era una locura: los
dos con las familias lejos, un presupuesto ajustado, todo multiplicado por dos…
Pero pensábamos en lo feliz que seríamos criando a dos bebés que crecerían juntos
a la par. Que al menos al principio estarían tan unidos que serían inseparables.
Jugarían juntos, aprenderían al mismo tiempo…
No teníamos antecedentes, pero ocurrió. Tras Navidades tenía
dentro dos minicorazones latiendo. No existen palabras para describir la
felicidad de aquel momento y de los días que siguieron. Dar la noticia a las
familias, ver crecer la tripa a pasos agigantados, empezar a hacer números.
Nadie nos podía borrar la sonrisa de la cara. Hasta que fuimos a una de las ecografías más importantes de todo embarazo. Ahí todo
se empezó a torcer.
Poco importa que te digan que son niño y niña cuando al
primero le detectan una anomalía. El pliegue nucal casi duplicaba el de su
hermana, y eso normalmente es señal de Síndrome de Down. Nos lo aseguraron fehacientemente pero no nos rendimos. El niño ya había demostrado lo poco que le gustaban las ecografías, siempre se tapaba la cara o se giraba. Aquella ecografía no fue la excepción y nos aferramos a la poca nitidez con la que había salido. Pedimos segunda opinión que sólo confirmó que la medida era correcta. Aún así hablamos con la doctora e hicimos un análisis de ADN, que confirmó que no era síndrome de Down. Había algo mal pero eso no era.
Preocupados por lo que pudiera ser, me hicieron más pruebas sobre todo para descartar que fuera algo que podría tener también la niña o que podría volver a ocurrir en embarazos futuros. Pero todos los análisis salieron bien. Sin embargo en una visita vieron que el corazón del pequeño no se estaba formando correctamente. Una vez diagnosticado y valoradas las opciones, viendo que era operable y sin secuelas, seguimos adelante. Hasta que en otra visita a la cardiopatía se le añadió una malformación facial muy grave en el labio superior y otra en el cerebro. Habíamos pasado de tener que operarle "simplemente" a no darle más de quince días de vida una vez diera a luz.
El 1 de abril se marchó. No hay palabras que describan el dolor de ese día. Un dolor que vuelve cada vez que pienso en él, cada vez que leo las cartas que le escribí en mi diario con cada noticia que nos daban sobre él, cada vez que veo mellizos, cada vez que veo su ecografía porque es lo único que me queda de él. Porque sigue doliendo ese hueco junto a su hermana, esos planes para dos que ahora son para 1, ese nombre que casi escogimos para él, ese recuerdo de la primera patada durante el embarazo en el lado derecho donde estaba él.
"Es un duelo y hay que pasarlo", es fácil decirlo pero no hacerlo. Cada persona tiene su tiempo para ello, cada caso es distinto. Y no me sirven los "era mejor así", "imagínate el follón que hubieran sido dos", "cuando tengas/veas a la niña se te pasarán todos los males". Frases que he tenido que oír y que sigo sin comprender porque sigue doliendo, aunque las digan con la mejor de las intenciones. Sigue doliendo su pérdida incluso seis meses después y eso nadie me lo puede discutir.
Así que cuando me dicen que estar embarazada es lo mejor y que soy una exagerada o que ya cambiaré de opinión, me dan ganas de gritar. No quiero otro embarazo como el mío.
Comentarios