Blanquita
No quiero decirte adiós porque aún no me hago a la idea de estar sin ti. Llevo tres días aferrada al peluche que me recuerda a ti, con una oreja levantada y los ojos bien abiertos. Que supiera que esto acabaría así no le quita dolor y sigo viéndote en cada esquina del barrio paseando erguida con el rabo en alto, en el salón observando qué hago y a dónde voy en cada momento, en la cocina esperando tu comida, en la habitación frotándote bajo mis piernas mientras intento vestirme. Pero ya no estás y duele. Ya no hay juegos mientras esperamos el ascensor. Ya no hay ruidos de pienso saliéndose del cuenco. Ya no oigo tu respiración al irme a dormir, mi peor pesadilla de los últimos meses hecha realidad.
Sé que tengo que dejarte marchar pero duele tantísimo que no sé cómo hacerlo. Desde verano hasta el mismo día 11 de abril has sido mi motor, mi motivo para levantarme de la cama, mi justificación para seguir luchando porque tenía que luchar por ti. Y me sigo preguntando si luché suficiente, si lo hice bien, si fue suficiente o tenía que haberme esforzado más. Hoy creo que tenía que haberlo hecho mejor y no sé si existirá el día en que me lo perdone.
Las pesadillas han cesado pero sigo soñando contigo, y te veo jugar y te veo corretear como hace tiempo que no te veía, y en mis sueños hay paz y me alegro de estar contigo. Pero despierto y el choque es demasiado brusco y quiero volver al sueño que es el único sitio donde puedo estar contigo de nuevo, disfrutando de tu alegría perdida, contagiándome de tus ánimos para explorar.
Pero no hay más paseos contigo, ni más mordiscos en mi oreja ni lametones en la cara, ni retozar en la cama un sábado por la mañana, ni hacerte de rabiar haciéndote cosquillas en la oreja. Han sido siete años que se me han pasado en un suspiro, no es justo que hayan pasado tan rápido. No es justo que haga buen tiempo desde que te fuiste y que no estés para tumbarte como te gustaba, a pleno sol en el jardín hasta que tu pelaje ardía. No es justo no tener ahora mismo tu hocico apoyado en mi muslo mientras escribo, mirándome como diciendo "deja de escribir que es la hora de bajar".
Jamás olvidaré tu mirada en ese último viaje en coche. La mayor parte del tiempo estuviste de pie, cosa que nunca habías hecho. Mirabas por la ventana como si quisieras retener los lugares por los que pasábamos. Como tampoco olvidaré cómo te brillaban los ojos de entusiasmo cuando al fin probaste eso que siempre te prohibí, el chocolate, cuyo olor te fascinaba de una manera descomunal. Intenté darte todos los caprichos que por salud te había negado, pero el tiempo apremiaba y no podía verte sufrir más.
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