El después de la segunda cita
–¡No le aguanto, es
que no le aguanto! De todos los tíos que existen, yo que trabajo rodeada de
tíos macizos, que no me quitan ojo de encima, que si quisiera podría irme con
cualquiera, ¡me he tenido que ir a fijar en ese zopenco!
El portazo hizo
retumbar las paredes del diminuto piso. Era difícil agotar la paciencia de
Sharon, pero aquel hombre lo había conseguido. Lanzó el bolso y la cazadora de
cuero contra el sofá que se balanceó débilmente. La sarta de improperios y
maldiciones sonaban a mayor volumen con el eco del pasillo. En el dormitorio cambió
la minifalda y una camiseta negra ajustada, por los pantalones anchos del
chándal y un top deportivo. Necesitaba ir al gimnasio a darle al saco de boxeo.
–Quizá podría
ponerle una fotografía al saco y así darle con más ganas.
Luego pensó que los
ingresos del centro cívico no daban para un saco nuevo, y descartó la idea.
Antes de salir vio su reflejo. El pelo alborotado, la respiración acelerada, y
la vena de la frente palpitando. Le recordó a Anne cuando quiso matar a aquel
muchacho pensando que era el asesino de sus padres. Tenía que relajarse,
después de todo, era sólo un tío más. Además, con un título de lo más ridículo:
The Hound.
–Con esa máscara
igual de ridícula… Joder, ¿qué leches vi en él? Vale, está buenísimo, y es
poli, lo cual ya le da cierto morbo. Y además le gusta el trabajo bien hecho. Y
fue todo un amor en nuestra primera cita, tan tierno hablándome de sus padres.
Y hoy… Hoy es un gilipollas, más pendiente de su móvil que de otra cosa, y
siempre tengo que irle detrás. No sé si es que realmente no le intereso o es
que pasa de todo en general. Al menos con el grupo trabaja bien, aunque su
presentación… – Sharon no pudo reprimir una risita.
Se miró de nuevo en
el espejo y se reprendió por la cara de tonta que tenía. Sacudió la cabeza como
si con eso pudiera sacarse los buenos recuerdos. No eran muchos, pero ella se
había hecho ilusiones. No es que estuviera colgada, pero hacía tiempo que no se
sentía así. Y como siempre, el tío en cuestión era un sosaina. La resignación
de rendirse no duró mucho. Cogió su bolsa de deporte con la ropa para
cambiarse, y salió al gimnasio.
Se encontró mucho
mejor cuando entró al edificio. Ralph, el conserje, le saludó con esa sonrisa
poblada de arrugas que apenas se distinguía entre tanta barba canosa. Fue
directa a la zona de boxeo. En el ring dos chavales que no reconoció danzaban
en círculo sin tocarse. Desde fuera, Dan les marcaba los movimientos. Era un
buen profesor, y sabía valorar un sitio como aquel. Cuando Sharon le sacó de la
calle, era un muchacho sin futuro. Vivía de lo que robaba y sus padres, como
los de la mayoría de los chicos que estaban allí, eran como si no existieran.
Dejó la bolsa en un
rincón a pesar de haber taquillas. Pero todos la conocían, mucho se cuidarían
de tocar sus cosas. Sacó un vendaje y se
lo colocó alrededor de la palma de la mano, cubriendo los nudillos y parte de
los dedos. Se recogió el pelo en un moño como buenamente pudo, e inspeccionó el
saco. Se colocó en la parte que menos dañada estaba, y atestó un puñetazo
directo al centro, que se alzó hasta casi estar en horizontal. Tenía que
controlar la fuerza, no estaba en una batalla, no estaba entrenando, para eso
ya estaba la base de los Xtrange. Sopesó la posibilidad de acercarse allí y
descargar toda la tensión en la Sala de Peligro, pero una voz familiar la
distrajo de sus pensamientos.
–¿Te sujeto el saco?
La sonrisa apareció
en la cara de Sharon de oreja a oreja. Llevaba tanto sin ver a Johnny y sin
poder hablar con él que ya se temía lo peor, pero como siempre, prefería
centrarse en otros asuntos antes de ponerse paranoica. Fue todo un alivio verle
de una pieza, aunque era extraño que hubiera acudido a aquel sitio al que le
tenía tanta tirria.
–¿Dónde iba a
encontrarte? Venga, dale, yo te lo aguanto. Pero tranquilita, ¿eh?
–¿Y tu móvil?
–Sharon propinó un leve golpe que apenas hizo mover el saco.
–¿Tan floja estás?
Te recordaba más fuerte – ahora el golpe fue más contundente –. Vale, veo que
vuelves a ser tú.
– Me recordarías
mejor si hubieras contestado a mis llamadas.
Otro golpe, pero
éste le cogió preparado y puso toda su resistencia contra el saco. La sonrisa
empezó a borrársele.
–He estado liado.
–¿Tan liado como para
no responder al teléfono?
El siguiente golpe
le hizo deslizarse hacia atrás unos centímetros.
–No te cabrees, ya
sabes cómo funciona esto.
–Tú también, y sabes
que me cabreo si me preocupo.
Otro golpe ya le
hizo mover el pie contrario para frenarse. Enderezó el saco y levantó los
brazos en rendición. Sharon bajó los brazos y esperó la explicación. En lugar
de eso, su amigo le ofreció irse de cervezas para hacer las paces. Con esa
mirada de niño bueno, no podía estar enfadada con él mucho tiempo.
–Está bien, pero
invitas tú. –no le dio margen a discutir– No es negociable, no haber
desaparecido. Espérame en el bar de enfrente.
Pasó por los
vestuarios a cambiarse y luego a su despacho, un cuchitril poco más grande que
un trastero, donde dejó la bolsa. Salió a la calle y no le vio en la acera de
enfrente. Era muy propenso a desaparecer sin más, no le gustaban las despedidas.
De pronto intuyó una presencia a sus espaldas, y agarró la muñeca antes de que
la mano tocara el hombro.
–Si me la rompes,
ya sabes que tendrás que ayudarme para todo lo que hago con la mano derecha.
–Cerdo imbécil, qué
susto me has dado. –se volvió hacia él y se fijó en su otra mano– ¿Qué mierda
estás fumando?
–Eh, tranquilita,
es tabaco. Normal y corriente –la mirada de desconfianza seguía clavada en él–
Vamos, Sharon, llevo limpio casi un año.
–Y más te vale que
siga siendo así, porque si no, no tendrás manos con las que fumar, ni hacer
otras cosas. Anda, tira.
El bar era una
especie de taberna irlandesa, oscura, decorada en caoba y jade. El olor a
whisky y cerveza derramadas tapaba cualquier otro olor. Sharon se disponía a
sentarse en la barra, pero él le indicó una mesa apartada y sin gente
alrededor. Se inquietó, aquello no era una visita de cortesía. Pidió dos pintas
de cerveza y se sentó en aquel banco. El otro permanecía sereno, con los brazos
por encima de la mesa, los dedos entrelazados y la mirada clavada más allá de
sus manos. Cuando Sharon presionó levemente su mano sobre el puño, su
acompañante levantó la mirada como si nada. Media sonrisa y se echó hacia atrás
para que les sirvieran los vasos.
–¿En qué lío te has
metido ahora?
–Eso te iba a preguntar
yo.
–¿Perdona?
Johnny volvió a
incorporarse sobre la mesa para que Sharon oyera mejor. Ésta hizo lo mismo.
–¿Qué mierda haces
con Sandy?
Sharon se echó para
atrás y se le borró la expresión de la cara. Dio un trago largo a su cerveza y
miró alrededor.
–No la tengo. Aún.
–Ése es el
problema. Se habla mucho de ti últimamente entre mis contactos, al parecer a
The Hood no le gusta un pelo que vayas detrás de Sandy.
–¿The Hood? ¿Qué
pinta ése con Sandy?
–¿Qué más da?
Sharon, no es moco de pavo, ¡ese tío está loco!
–Aunque no lo
parezca, Sandy estará más segura conmigo que por ahí. –dijo dando otro sorbo.
–Me da igual tu
amiguita, joder ni que fuera Hulk, pero estamos hablando de ti, de tu vida. Si
coges a Sandy este tipo no se va a quedar de brazos cruzados.
–No puedo dejar que
Anne la encuentre. La matará.
–¿Y entonces te
sacrificarás tú por ella cuando aparezca el zumbado de la capucha? Sharon, que
te estás metiendo en un asunto muy chungo…
–¿Desde hace cuánto
que nos conocemos?
–Bastante.
–Cinco años. Cinco
malditos años en los que te he sacado las castañas del fuego, que casi te tengo
que sacar tus problemas a puñetazos, que nunca me has pedido ayuda aún cuando
estabas a punto de palmarla, que con el que más he peleado ha sido contigo para
meterte en desintoxicación… ¿Cuántas veces me has convencido de cambiar de
idea?
–Ninguna.
–Ahí tienes tu
respuesta. Fin de la conversación.
–Está bien, pero
prométeme que tendrás cuidado.
Sharon cogió el
vaso y lo chocó contra el de su compañero. Como si nada hubiera sucedido, le
preguntó a qué se debía esa manía contra el saco de boxeo. Sharon se lo resumió
en “un tío” y el otro aprovechó para mofarse de ella, sin dejar de preguntarle
sobre el tipo en cuestión. Sharon se desahogó contándole todo hasta que su
móvil sonó. Le llamaban de la base. Cortó la
llamada y se excusó diciendo que tenía que ir a trabajar. Apuraron las
cervezas de un trago, y Johnny dejó un billete que cubría el precio de las dos
pintas más una generosa propina.
Al salir a la calle
Johnny le sorprendió con un abrazo. Extrañada y preocupada, Sharon le examinó
unos instantes, pero él le quitó importancia al asunto. El móvil de ella volvió
a interrumpirles. De nuevo cortó la llamada y se excusó.
–¿Ahora quién es la
impresentable?
–La próxima será
mejor.
–Suena tentador.
Ahora sí te cogeré el teléfono.
–Pero qué cerdo
eres. Ya nos veremos.
Sharon apretó el
paso mientras devolvía la llamada a la base. Debía de ser importante si tanto
insistían. Johnny por su parte esperó a doblar la esquina para sacar su móvil y
marcar un número.
–Está hecho, lo
tiene en su bolsillo. Como no funcione, juro que te reviento, ¿me has
entendido? Bien. Mantenme informado.
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