Anestesia


Observaba el espejo empañado. El agua corría por el desagüe. Se deshizo de las toallas y abrió el armario. Sacó todos sus vestidos y los examinó sobre la cama.

                - Tengo que vestir más alegre. – Dijo en voz alta como si hablara con alguien.

Uno a uno se los fue probando. Escogió el que le cubría hasta las rodillas. Bajó a la cocina. Las baldosas estaban menos cálidas que la tarima. Llenó la tetera de agua. Se quedó mirando su reflejo en la campana extractora.

                - Debería ponerme algo de antiojeras.

Se quitó una pelusa de la manga oscura. La tetera se puso a borbotar. Unos platos se amontonaban en el fregadero. El grifo goteaba. Cogió un bote de pastillas del cajón de la encimera. Tragó sin pestañear. Risas lejanas de niños jugaban cerca. Fijó su vista más allá de la ventana. En alguna parte un perro aulló. El reloj marcaba las 2. El pitido indicó que el té ya estaba.

                - ¿Lloverá?

Se sentó a la mesa con la taza y casi perdió el equilibrio. Levantó el pie, puso el muñeco de acción sobre la mesa y lo observó. Miró el reloj de la pared. Eran las 3. Aún se oían a los niños jugar. Cogió las llaves del coche y abandonó el té. Se sacudió el vestido oscuro. Las baldosas de la entrada estaban húmedas, una boca de riego se había roto y la calle estaba inundada. Las manos le resbalaron en el volante.

                - Tengo que echar gasolina antes de ir al cementerio.


Ajustó de nuevo el retrovisor. Los niños estaban muy quietos y muy serios en la acera contraria. La miraban. El agua ahogaba su jardín y formaba un reguero hasta la alcantarilla del garaje. Notó las arrugas del embrague en el pie. Los niños retrocedieron un paso cuando la mujer arrancó. Alguno se sobresaltó. Inspeccionó los retrovisores laterales una vez más. Pero seguía sin ver a su pequeño.

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