Microrrelatos Instagram I
Con esto de participar cada año en el concurso de relatos breves (brevísimos) de Renfe, empecé a practicar más asiduamente el intentar escribir en corto. Y tras mucha lectura, me puse a ello. Iba escribiendo en el móvil hasta que un día descubrí un blog con fotos de Madrid que ilustraban relatos. Me pareció una manera amena de hacerlos, y lo imité a través del Instagram (luego descubrí que más gente lo hacía). Pero como con esto de las nuevas tecnologías corres más peligro de perder el trabajo que si lo escribieras una libreta, pues lo he guardado ya en veinte mil sitios, y en este blog no podía faltar.
Algunos son pura bazofia que yo quitaría, pero a lo mejor dentro de unos años los releo y les doy una vuelta de tuerca para mejorarlos, quién sabe. Otros tienen de breve nada, o casi nada, pero no quedaron tan mal.
La mayoría de las fotos las hice en el momento de redactar el relato, porque fueron cosas que los inspiraron. Otras sin embargo, como la de salida de emergencia o el dibujo de la chica sobre la foto de St. Pancras, son buscadas después de escribir. Incluso en borradores tengo aún relatos pendientes de encontrar su foto correspondiente y fotos pendientes de escribir (de ahí lo de "Microrrelatos Instagram I").
Pero de momento ahí van los catorce primeros.
Verle dormir como si nada hubiera pasado entre ellos fue cerrar la última y más frágil caja. No volvería a enamorarse.
Pero por más que cien veces se cepillara cada mechón,
por más guisantes que escondiera bajo el colchón,
el hada madrina nunca apareció.
Cuando el hombre de traje y mirada afilada abandonó su maletín en el andén, la niña descubrió en su interior un corazón que aún latía, una lata de besos perdidos y un saco de sueños rotos.
Ningún médico del país se explicaba la fatiga de la mujer. Ni siquiera ella recordaba aquellos paseos nocturnos por el puerto hasta el amanecer, en otros tiempos, en otra vida.
El pequeño no quería hacer castillos en la arena ni bañarse en el mar. No quería helados ni jugar al sol con los otros niños. Aquel verano lo pasó escribiendo cartas a los Reyes Magos pidiendo un sólo regalo: que siempre fuera Navidad, única ocasión de no repartirse entre sus padres.
Y siguieron luchando por mantener la llama viva sin ver que la vela se había consumido mucho tiempo atrás.
El señor Alcalde acertó en hacer el carril bici, pues su estrechez provocó el choque entre ellos y que lo primero de muchas cosas que compartirían serían las tiritas.
No es que fuera de ligera de cascos. Es que prefería no quedarse con la duda de saber si era la persona destinada para ella.
Una nueva ciudad, una nueva vida. ¿Cuántas? Había perdido la cuenta. Nunca deshacía las maletas por si acaso le robaban una sonrisa o el corazón otra vez.
Los molinos, como andamios de palillos, se inventaron para sostener el cielo y las nubes.
“Afloje freno de estacionamiento”. Y aquel día decidió que había algo que cambiar tras tantos años. Y lo cambió.
Aquel día dijo "basta". Se acabaron los gritos, los insultos, los golpes, las lágrimas que suplicaban perdón, los besos que los reconciliaban, el sexo de después que había perdido todo sentimiento. Igualmente había perdido la vergüenza a llamar aquello como lo que era, a reconocerse vulnerable como cualquier otro. Así que cerró la puerta cargando con las maletas, cerciorándose de que con aquel portazo ella supiera que nunca más le pondría una mano encima.
Y de pronto nos quedamos a oscuras, lo cual dificultaba esquivar los autos abandonados a su ser. El sonido cada vez era más ensordecedor, cayendo como una capa que silenciaba los gritos de histeria. Se estaba acercando y por más que corrimos, no se veía el final del túnel. Las piernas me fallaron y los pulmones, exhaustos, intentaban acaparar todo el aire que podían almacenar. La garganta me quemaba y el dolor de la caída se hacía latente en mis rodillas. Te vi volver sobre tus pasos, la mirada de terror al verme en el suelo, y luego alzaste los ojos y tu cara se desencajó. Mis labios exhalaron un último “corre“ y entre lágrimas vi cómo te alejabas, mientras el ruido taponaba mis oídos y una ola salvaje del río desbocado me tragaba.
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