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Ojos verde aceituna fue lo le cautivó cuando el metro frenó inesperadamente y se chocaron. Un cruce de miradas y de disculpas, y no faltó más. Al día siguiente retrasó su salida del trabajo para volver a coincidir, y acertó aunque ya no hubo más frenazos. Leía algo en una tablet así que no se dio cuenta del lanzamiento de miradas e intentos mentales de captar su atención. Al tercer día se acercó un poco más aprovechando la sobrecarga de pasajeros, y observó que ahora se dedicaba a escribir en un móvil tan grande como la tablet. Descubrió que tenía cuenta en Twitter, y tan pronto llegó a casa, pulsó el botón de Follow. Pero no averiguó nada de su vida ni de cómo era, tan sólo sus opiniones y reflexiones acerca de los libros que estaba leyendo.

Cada tarde seguían cruzándose en el metro, y cada vez le gustaba más su sonrisa provocada por algo que leía en el móvil. En ocasiones lograban sentarse juntos, pero nunca se atrevía a dirigirle la palabra. Comenzó a leer los libros que recomendaba por el Twitter tan sólo para darse cuenta de los gustos tan dispares que tenían en la lectura. Sin embargo, con aquel choque de opiniones se atrevió a responder a un tweet, y al pasar las semanas, las conversaciones iban en aumento, discutiendo sobre autores, prosa y poesía. Hasta que los tweets se quedaban cortos para aquellas charlas y decidieron intercambiarse las direcciones de Facebook.

Empezó a ser rutina diaria el intercambio de preferencias y recomendaciones de libros en sus respectivos muros durante el trayecto del metro, y unos cuanto "me gusta" sin percatarse de que estaban en el mismo vagón, pues ahora procuraba esconderse para que no pudiera reconocer la foto de perfil. Sabía que era un comportamiento infantil, pero aún no era el momento de desvirtualizarse. Aún así se atrevió a dar un paso más, y comenzaron las charlas por el chat del Facebook a horas intempestivas, charlas que continuaban con la temática de qué época literaria fue más brillante y terminaban en confesiones de vivencias que también les ocurrían a algunos personajes novelísticos.

Hasta que de pronto un día dejaron de coincidir en el metro, y cesaron los retweets y los "me gusta". Al principio pensó que saldría tarde de su trabajo. Luego que estaría de baja por enfermedad. Chequeaba casi cada día sus perfiles, pero estaban en silencio. Siguiendo la corriente de otros seguidores y amigos que preguntaban dónde se había metido, también dejó su huella de preocupación. Nadie obtuvo respuesta. Y los días siguieron transcurriendo, convirtiéndose en semanas, luego un mes, tres meses, seis meses... Dejó de escribirle y de preocuparse, pero no podía olvidar aquellos ojos y esa sonrisa de medio lado que parecía no querer salir.

Años después de aquello, se embarcó en unas vacaciones recorriendo Europa, visitando ciudades y pueblos, fotografiando a su paso todo lo que sus ojos abarcaban, compartiéndolo con el resto del mundo por Instagram, donde conoció a gente de todos los extremos del mundo, desde Japón hasta Turquía. Comenzaron de nuevo comentarios que terminaron en amistad, acudía a las quedadas que se organizaban a través de esta red social cuando coincidía en la misma ciudad, reuniones que se centraban en fotografiar un tema en concreto, y aquel día lluvioso en Londres tocaba fotografiar las estaciones y todo el entorno de la red de metro.

"Curioso destino" pensó cuando reconoció a través del objetivo de su móvil aquellos ojos verde aceituna que salían del metro y se le aproximaban con media sonrisa dibujada.

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