El después de la segunda cita
–¡No le aguanto, es que no le aguanto! De todos los tíos que existen, yo que trabajo rodeada de tíos macizos, que no me quitan ojo de encima, que si quisiera podría irme con cualquiera, ¡me he tenido que ir a fijar en ese zopenco! El portazo hizo retumbar las paredes del diminuto piso. Era difícil agotar la paciencia de Sharon, pero aquel hombre lo había conseguido. Lanzó el bolso y la cazadora de cuero contra el sofá que se balanceó débilmente. La sarta de improperios y maldiciones sonaban a mayor volumen con el eco del pasillo. En el dormitorio cambió la minifalda y una camiseta negra ajustada, por los pantalones anchos del chándal y un top deportivo. Necesitaba ir al gimnasio a darle al saco de boxeo. –Quizá podría ponerle una fotografía al saco y así darle con más ganas. Luego pensó que los ingresos del centro cívico no daban para un saco nuevo, y descartó la idea. Antes de salir vio su reflejo. El pelo alborotado, la respiración acelerada, y la vena de la frente pal