Boom!
Amaneció, apagué el despertador, escogí mi ropa y me metí en la ducha. Me afeité, me vestí, ordené mis cosas y salí de casa como cada mañana. Pero aquella mañana era distinta. La noche anterior había guardado todas mis pertenencias en cajas de cartón, y los papeles más importantes perfectamente alineados encima de la mesa de la cocina con una nota explicativa, más que nada para facilitarle la futura tarea a mi hijo, quien trabajaba de sol a sol con un contrato absurdo y por menos del salario estipulado. Por él, por mi difunta mujer, por el futuro de mis nietos, por todos ellos había tomado la decisión y había dicho que sí, sí al cambio, sí a parar esta situación, a pararle los pies a tanta injusticia y tanto mangoneo con los ciudadanos de a pie. Además, yo no tenía nada que perder, ya me habían dado palos por todos lados y me habían quitado todo. No me quedaba nada, mas que las ganas y la impotencia de cambiar las cosas. Tal y como me habían indicado, en una pequeña oficina de